Mis manos tenían fuerza.
Pero mis piernas fallaban.
Cayendo así en la esencia
de una sonrisa falsa.
La lascivia del veneno.
Un deleite fugaz.
Una lucha cuerpo a cuerpo
por comprobar quién da más.
Oyes voces, Oyes gritos
que derivan de tu alma.
Sus llamadas de auxilio
las acallas con sustancia.
Te adormeces. Te espabilas.
Tienes nuevas cicatrices.
Te preparas para el clímax:
Respiras, pero no vives.
Consumes. Te estás consumiendo
entre esas noches en vela,
en un recuerdo muerto.
Entre mareas desiertas.
Pero aún no culminas.
Algo en ti se abstiene.
Una ilusión dormida,
o una luz intermitente.
Se impone tu álter ego.
Ni tú disciernes siquiera
si es demencia en progreso
o una enfermedad sin tregua.
No. No te das por vencido.
Tampoco por satisfecho.
Amansas tu martirio
al quebrantarte los huesos.
Quisieras no querer.
No quieres necesitar.
Te refugias en tu edén
lejos de la realidad.
Lo intentas. Y ahí te quedas.
En un tenue intento.
Duele más la abstinencia
que ser presa del deceso.
Ya sea arriba o abajo,
eufórico o inhibido,
los fantasmas del pasado
te presentan tu enemigo:
Un ángel roto, caído,
el cual forma tu ataúd.
Te lo habían advertido.
Tu enemigo eres tú.
Tus piernas te han fallado.
La esperanza se marchita
entre heridas de antaño
y lágrimas descosidas.
Finalmente te decides
por romper con tus cadenas.
Te decides por ser libre,
por recuperar tu esencia.
La cuesta es elevada,
pero tienes herramientas.
Toma un pico y una pala.
Conforma la fortaleza.
Pide ayuda sin miedo
si no puedes levantarte.
Sin importar el trayecto
llegaremos AL RESCATE.
Viktoria Ortiz Moreno